El tercero de los azules se lo debemos a Antonio Martínez Ron y se llama Algo nuevo en los cielos, publicado también por Crítica en 2022. Muchos conocemos al autor gracias a los encuentros de Naukas, que presenta junto con Javier Peláez, y sabemos que es un gran profesional del periodismo y la divulgación científica. También sabemos que es capaz de la mayor seriedad y rigor, pero que nos puede hacer reír un montón; así que nos esperamos un libro ameno, riguroso y muy interesante. Nos quedamos cortos; además está muy bien organizado, muy bien documentado y es fascinante, nos transporta por los aires y nos hace soñar, y volar, junto con todas las personas que descubrieron, con los medios de su época, todo lo que se puede saber sobre el cielo.
Antonio Martínez Ron es periodista científico y sabe muy bien cómo dar a conocer los temas y los descubrimientos más complicados a los no especialistas; lo hace cada día por diferentes medios: prensa, radio, televisión, Internet. Es uno de los responsables de Naukas, un impresionante blog de divulgación científica que además organiza periódicamente encuentros científicos divertidos y muy interesantes, en los que actúa como presentador de los diferentes participantes. Ha escrito varios libros, algunos para niños, y ha dirigido un documental sobre el cerebro y sus enfermedades. Bueno, ha hecho y sigue haciendo muchas cosas y ha recibido un montón de premios.
¡Es increíble la cantidad de cosas que se pueden estudiar en el cielo! Desde el jardín de su casa hasta la estratosfera, Antonio Martínez Ron nos lleva de viaje a lo largo y ancho de la atmósfera y también a través del tiempo, al ritmo de los descubrimientos, para contarnos cómo se las ha ingeniado la humanidad de cada época, a través de algunas personas curiosas, para encontrar explicaciones a fenómenos hasta el momento incomprensibles. ¿Qué puede haber en el cielo? Muchas cosas: moléculas, microorganismos, polen, polvo, esporas de hongos, algas microscópicas, diatomeas, ceniza volcánica, contaminación, globos, aviones, nubes, insectos, aves, murciélagos, meteoros, basura espacial, luz, color… ¿Por qué es azul el cielo? ¿El tono del azul es el mismo en todas partes? Pues resulta que no, como muy bien comprobó Saussure con su cianómetro, cuando había que subirse a una montaña para elevarse por los aires, porque no existían ni los globos aerostáticos. ¿Y qué pasa con las nubes? ¿Cómo empezó la meteorología? Las ideas iniciales sobre todos estos aspectos que se pueden estudiar en el cielo son muy curiosas y es muy interesante ver su evolución a lo largo del tiempo.
En un principio, la humanidad no disponía de ningún método ni aparato para elevarse por el aire, pero no por eso dejaba de hacerse preguntas, que intentó responder subiendo a las montañas más altas que podía, para estudiar desde allí múltiples aspectos del cielo y emitir sus hipótesis. A través de las páginas del libro, nos vamos dando cuenta de la evolución de la reflexión de los científicos, que da lugar a observaciones que también evolucionan, porque se van encontrando respuestas, que generan más preguntas. ¿Qué son las nubes? ¿Cuántas clases de nubes hay? ¿Hasta dónde llegan? ¿Cómo ser forman? ¿Cómo llega el agua a las nubes? ¿Qué es el rocío y cómo se forma? Lo que se puede observar y estudiar desde lo alto de una montaña, por más alta que sea, es limitado, pero pronto aparecen los globos aerostáticos, que representan un gran avance. ¡Ahora el ser humano puede volar, en cierta manera! Las elevadas altitudes que se alcanzan con un globo producen no pocos problemas e incluso muertes por falta de oxígeno, pero aportan muchos datos; ¡vaya, allí arriba la composición del aire cambia! ¿Qué ocurre? ¿Qué gases componen el aire?
Los globos, los primeros aeroplanos y el avance del conocimiento abren las puertas a una nueva ciencia, la meteorología, un amplio campo que conducirá a los primeros intentos de predicción del tiempo. Es necesario comprender cómo se forman las tormentas, por qué se produce el viento y ver las cosas desde un punto de vista planetario, no solo local. Una cosa lleva a la otra y aparecen los mapas del tiempo. Pronto se ve la gran importancia que puede tener para un barco o un avión saber qué puede esperar en su recorrido por el mar o el cielo. ¡La vida puede estar en juego! La erupción del Krakatoa produce unas consecuencias insospechadas; resulta que las nubes necesitan núcleos de condensación para formarse y estos núcleos pueden ser polvo, sal de mar, bacterias, etc. De ahí a los primeros intentos de producir lluvia o evitar terribles tormentas y granizadas no hay más que un paso. Desde estas alturas digamos que moderadas, también se puede estudiar la composición microscópica del aire, que dará lugar a la aerobiología, por ejemplo, así como al estudio de la contaminación atmosférica, ya entrada la época industrial.
Cada vez podemos llegar más arriba, ya hasta la estratosfera, y también surge un interés creciente por el estudio de las aves, que resulta que no se quedan en un lugar, sino que migran, y muy lejos. Los globos dan paso a los zepelines para el transporte aéreo y a los aeroplanos, esenciales en un primer momento para llevar el correo a lugares muy lejanos en poco tiempo. Pero la humanidad no solo fabrica cosas con un buen objetivo, también para la guerra y otros malos usos. Por otra parte, la era industrial produce una creciente contaminación de ese cielo que tan bonito nos parecía al principio y nos lleva a lo que todos sabemos, el cambio climático cuyas consecuencias ya se dejan sentir en nuestros días. Nuestro querido planeta se sigue viendo azul desde una nave espacial, que ha permitido a los astronautas ver el cielo desde la mayor altitud posible, incluso desde otro planeta, a través de las fotos que nos llegan actualmente desde Marte.
El remate del libro es el anunciado lanzamiento de un globo sonda por el autor desde el jardín de su casa, con la ayuda de sus dos amigos y expertos y con las debidas autorizaciones. Ya nos había contado su proyecto en un capítulo anterior y estábamos con el suspense de si sería posible. ¡Sí! ¡A pesar de la pandemia! Todo un viaje desde su jardín de las afueras de Madrid hasta más de 27.000 metros de altitud, con grabación y recogida de datos, que además podéis ver en Fogonazos. El relato del lanzamiento de este globo sonda, con sus vicisitudes, me ha encantado; aquí no hay casi datos, es pura emoción, aventura, resumen y culminación de los años dedicados a la recogida de información para escribir este excelente libro. Toda la historia de la exploración del cielo a lo largo de los siglos concentrada en unas horas. ¡Un final redondo!
También los poetas, escritores y pintores nos han dejado obras que reflejan su manera de ver el cielo, las nubes, el color…, algo que refleja Antonio Martínez Ron en su libro. Mi querido Jules Verne está presente a lo largo de la obra y me hace especial ilusión la cita de su obra Robur el Conquistador, que he traducido y tengo colgada en Amazon. De la misma manera, nos regala anécdotas muy interesantes y variopintas, algunas muy impresionantes, como la del piloto de un caza averiado desde 14.000 metros de altitud a través de una tormenta, en paracaídas, de la que os pongo un fragmento: «Durante los siguientes minutos, William Rankin se convirtió en un náufrago que caía hacia arriba. Tras caer sobre el yunque de la nube, la corriente de aire ascendente los atrapó a él y a su paracaídas y la tormenta jugó con el piloto como un monstruo que se entretiene con una víctima indefensa. Rankin estuvo muchos minutos en el interior de aquel gigantesco cumulonimbo y fue arrastrado, golpeado, arañado y, por momentos, casi ahogado por la propia nube. Pronto lo rodearon las descargas eléctricas y los truenos. «El estruendo parecía hacer vibrar cada fibra de mi cuerpo —escribió—. No escuchaba los truenos, los sentía.» Si no hubiera sido por el casco, los estallidos de la tormenta habrían reventado sus tímpanos y habría quedado sordo de por vida. Los rayos le pasaron tan cerca que pensó que lo iban a atravesar en cualquier momento, y su fulgor era tan potente que incluso con los ojos cerrados percibía los destellos y su retina seguía sumida en un resplandor rojizo durante unos segundos».
Los tres azules me han proporcionado excelentes momentos de lectura y me han enseñado un montón de cosas del cielo, el mar y el espacio. Las cosas no terminan aquí con libros como estos, porque abren múltiples puertas a otras lecturas y estudios. Ya veremos adónde me conducen, en espera de otros libros o, quién sabe, de la primera novela de estos maravillosos divulgadores científicos. Estaría bien, ¿no?